Enrique José Vannini

Sabido es que en una ciudad como Buenos Aires, donde el anonimato es la primera condición de sus habitantes, los artistas no están exentos a tal circunstancia.



















Claro está, que existen gentes con cierta noción de lo que les conviene hacer para propalar sus nombres y otras que por el solo hecho de vivir buceando en profundidades, escapan de sus manos los peces de colores, a veces tan fácilmente conseguidos como una simple “red” de promoción.

Enrique José Vannini pertenece a los “todavía no descubiertos” aunque su nombre, figure en la agenda de muchos europeos que se arriman a nuestro país con el deseo de encontrar lo auténtico, lo no común, y por qué no, lo verdadero.

Hijo y nieto de artesanos. Su abuelo llegó de Génova en el año 1.880 ... “vino contratado por una firma importante (dice Vannini) para construir muebles de estilo. Su arte era bien remunerado. Entre otras cosas, le alcanzaba para realizar hasta dos viajes por año a su país.”.

La música, “siempre fue una buena costumbre en mi casa paterna. Cuando vivíamos en Ituzaingó, nunca faltó un piano o un violín como motivo de reunión. Y luego, cuando muchacho apasionado por el jazz, seguí con mis amigos cultivando aquel entusiasmo de hacer música, nada más que lo hacíamos en torno a otros instrumentos; siempre me agradó el sonido de la trompeta, en especial la de Louis Amstrong”.


Enrique José Vannini cuenta sus recuerdos con una frescura de hombre joven, como en realidad lo es. Posee una sensibilidad a flor de piel intensificando a veces el brillo de sus ojos –delatores al fin- de lo que es emoción en los hombres simples. Cuando habla de su hijo por ejemplo: “Mario Enrique es una continuación de aquella buena costumbre; es músico, poeta, intérprete, construye sus instrumentos, y todo en él es intuitivo” ... lo dice en un tono cálido (sin dejar de tener orgullo), como si se tratara de un entrañable amigo que admira.

Es que el hecho de ver a su hijo en esas tareas, es ver el origen de su propio oficio que también le viene de herencia –como ya dijimos-; de sangre en sangre, de abuelo a padre y es muy probable que siga (por el entusiasmo de Mario Enrique) a verse algún día reflejado en las tareas del nieto.

Vannini se inició como ebanista pero con el tiempo, subyugado por el sonido, puso el norte de su camino rumbo al misterio de la quena ...

“Hace ya más de veinte años, encontrándome yo circunstancialmente en una confitería llamada “Achalay” ... creo, los hermanos Abalos interpretaron a dúo de quenas un bailecito. Desde entonces, viví atrapado por el sonido del instrumento ... y aquí estoy, siempre tratando de tutearme con sus secretos”.

Vannini tiene un taller (mezcla de cañaveral y aserradero) ubicado en una esquina apacible de la zona de Villa Luro, ubicado en la calle Yerbal. Sus pareces, como testigos del trabajo, parecieran guardar cuidadosamente en pequeños montículos de aserrín, el recuerdo investigador del artesano. Las cañas, muchas y de diferentes tamaños, en pálida vigilia, aguardan “en capilla” el examen ...

“Después de dos años o más, de sol, agua, viento ... una caña bambú está en condiciones de ser trabajada. Al principio, fue una lucha a muerte con las polillas, ¡un desastre!. Hasta que alguien me contó de la existencia de una variedad especial, resistente al taladro de estos bichos menudos que tanto trabajo me dieron. Con decir que consigo tramos de hasta sesenta centímetros entre nudo y nudo, pueden darse una idea de qué cañas se trata. Son especiales para quenas afinadas al tono de “re” o “mi” por ejemplo. Las otras de tramos más cortos, y por lo tanto, sus orificios más juntos, son las preferidas por la mayoría de los intérpretes y están afinadas al tono de “la” o “si”.

Largo sería detallar la parte técnica a que se refiere Vannini ...

Desde aquél bailecito interpretado por los hermanos Abalos, el camino de Enrique José fue acercándose a los “monstruos” virtuosos del instrumento: Pantoja, Núñez, Chávez, Aramallo, Santillán, entre otros. Todos aportaron opiniones. Todos saben de lo que hoy significa un instrumento realizado por Vannini, ya sean quenas, flautas, anatas, pincullos o sikus.

Cada instrumento es una joya de afinación perfecta, con una terminación inenarrable. Solamente el tacto sabe del tiempo que llevó terminar el instrumento, y tan sólo la vista para darse cuenta de la simplicidad que poseen las cosas serias. “No hago caso de las horas que me insume el logro de cada instrumento, aunque eso, vaya en contra de mis ganancias ... (sonríe) ... Yo debo cobrar caro mis aerófonos dado a que, si bien esto es una fábrica, no está al servicio de las cantidades sino a la calidad que pretenden los músicos.”.

En realidad, sabemos que no son muchos los que se dedican a la fabricación de aerófonos ...

“Si fuésemos muchos, existiría la posibilidad de comparación y entonces el resultado sería muy distinto. Yo sé que todo lo hecho con dedicación, con el tiempo, es reconocido.”.

Aunque Vannini hable así (dejando entrever sus condiciones), no es una persona que le preocupe la fama. Eso ha colaborado para que otras personas le recriminen su exagerada modestia de no preocuparse por la trascendencia de su nombre, de no figurar en revistas ni aportar en ellas con su conocimiento, etc.

Es que, un verdadero artista, es así. No por gusto de aislarse es que vive solo alrededor de su mundo. Es que su mundo tiene una importancia tal, que no le permite andar haciendo relaciones públicas. Para él, es mucho más trascendente poder dejar un ejemplo palpable y no un alarde de sapiencia con propósitos de difusión en beneficio de su renombre. Sí, renombre decimos. Porque si bien aquí, en Argentina, en nuestro país, su nombre obedece a la condición que arriba mencionábamos (la del anonimato), en otros lugares del mundo, en Francia y Alemania principalmente, un instrumento que lleve la firma de él, pasa a ser una suerte de lujo.

Es muy probable que a corto plazo, el sonido de la quena y por ende los demás aerófonos pasen a ocupar la atención musical de los pueblos más variados, así como no hace mucho, el sonido de la guitarra ocupó no sólo el entusiasmo del nuestro sino también el de Japón.

Este solo ejemplo, demuestra ante nosotros la importancia que significa para el país el hecho de poder contar con un artesado de la talla de Enrique José Vannini. A cuidarlo pues, por su autenticidad y sus valores.

Nosotros estamos seguros que él, seguirá preocupado en su tarea.

Carlos di Fulvio.




Fuente: Revista Folklore (Argentina), Núm 237. Septiembre de 1974.
Gracias a la colaboración de Roberto Collado.